[su_pullquote align=»right»]Por Gilles Lafforgue [/su_pullquote]

Hoy en día, las cuestiones relacionadas con el clima acaparan, más que nunca, las negociaciones internacionales. ¿Podría realmente contribuir la captura y almacenamiento de carbono (CSC) a la reducción de las emisiones sin por ello disminuir el consumo de energías fósiles?

Actualmente, las energías fósiles representan cerca del 80 % de los aportes mundiales en energía primaria[1], y su bajo coste contribuye al aumento de su competitividad frente a las energías renovables (solar, eólica, biomasa…). Sin embargo, su uso generalizado contribuye en un 65 % a las emisiones de gas de efecto invernadero, principalmente de CO2, que se acumulan en la atmósfera y ayudan al calentamiento del planeta.

Captura y almacenamiento de CO2: ¿una alternativa factible?

En espera de una transición energética más sostenible, la captura y almacenamiento de carbono (CSC) parece una alternativa factible a medio plazo para limitar las emisiones, sin por ello imponer una reducción de energías fósiles. Desarrollada en los años 70 para mejorar la extracción eficiente de los yacimientos de petróleo, la técnica del CSC consiste en capturar las emisiones de carbono en la fuente antes de que sea expulsado a la atmósfera para luego almacenarlas en reservorios naturales (por ejemplo, acuíferos salinos, formaciones geológicas que acogen una fuente de agua con alto nivel de sal no apta para el consumo), en antiguas explotaciones mineras o en yacimientos de hidrocarburos (actualmente en servicio o agotados). El CSC está demostrando ser eficaz, ya que puede eliminar entre un 80 y un 90 % de las emisiones procedentes de las centrales térmicas de carbón o de gas.

Aún está por determinar el coste de utilización de este procedimiento. El despliegue del CSC resulta rentable si el impuesto sobre el carbono[2] se sitúa entre los 30 y 45 dólares por tonelada para las centrales térmicas de carbón, y entre los 60 y 65 dólares por tonelada para las de gas (teniendo en cuenta que los precios debería bajar en función de los avances tecnológicos). Sin embargo, el CSC solo puede aplicarse a un coste razonable en aquellos sectores cuyas emisiones sean más significativas y más concentradas: las industrias pesadas (fábricas de cemento o siderurgia) o las centrales termoeléctricas (especialmente de carbón). En cuanto a las emisiones difusas y de escasa importancia, por ejemplo aquellas que proceden de los medios de transporte o de la agricultura, esta tecnología sería inadecuada.

Por lo tanto, ¿qué estrategia debería adoptarse para optimizar el almacenamiento de CO2?

Las estrategias del despliegue del CSC

Hemos desarrollado un modelo dinámico para vincular eficazmente la explotación de recursos fósiles con el almacenamiento de CO2 que responde a esta pregunta y que permite definir el ritmo óptimo de despliegue del CSC. En él, se tienen en cuenta tres parámetros primordiales: la disponibilidad de recursos fósiles, la acumulación de carbono en la atmósfera (y su absorción por la biosfera y los océanos) y la limitada capacidad de los espacios para almacenamiento. Mediante este modelo, se demuestra la ideoneidad de almacenar el mayor porcentaje posible de CO2 emitido por la indústria desde el inicio de la operación del CSC. Posteriormente, el almacenamiento del CO2 disminuye de manera progresiva hasta que el espacio de almacenamiento se haya llenado totalmente. Hay que señalar que mientras se pueda almacenar CO2, el consumo de energías fósiles sigue siendo constante. Este consumo cae cuando el reservorio está saturado y todo el CO2 emitido quede sujeto al pago del impuesto sobre el carbono. Es ahí cuando intervienen las energías renovables.

En otra línea de investigación, se analizaron las políticas óptimas para la captura de las emisiones de CO2 de dos sectores diferentes. El sector 1, que abarca la industria pesada (siderurgia y fábricas de cemento) y las centrales termoeléctricas, por ejemplo, cuyas emisiones son concentradas, tiene acceso al CSC y puede reducir sus emisiones a un coste razonable. El sector 2, es decir, el sector de los transportes, cuyas emisiones son más difusas, solo tiene acceso a una tecnología de captación de CO2 más costosa (por ejemplo, la captación atmosférica, una técnica que consiste en recuperar el CO2 en la atmósfera mediante un proceso químico que aísla las moléculas contaminantes). Al haber tomado en consideración estos dos sectores denominados «heterogéneos», se demuestra que resulta de suma importancia comenzar la captación de las emisiones del sector 1 antes de alcanzar el límite de contaminación autorizado. La captación de emisiones del sector 2 debería comenzar cuando se haya alcanzado el límite de contaminación, y con ciertas limitaciones. Respecto al impuesto sobre el carbono, la investigación dio a conocer que este debería ser mayor durante la fase previa al alcance de dicho límite y, una vez se haya obtenido el umbral, las autoridades deberían bajarlo gradualmente hasta aplicar el tipo impositivo cero.

Impuesto sobre el carbono: el coste óptimo para una competitividad mínima del CSC

En una economía del mercado, está bastante claro que la única forma de alentar a los industriales para que capturen y almacenen CO2 es establecer un precio al carbono, por ejemplo, por medio de un impuesto. De hecho, desde el punto de vista del «coste-beneficio», los industriales comparan el coste de almacenamiento de una tonelada de carbono con el eventual impuesto que pagarían si dicha tonelada fuese emitida en la atmósfera. Dicho impuesto será único y se aplicará a todos los sectores, independientemente de la cantidad emitida o de su naturaleza. Ahora bien, ¿qué nivel de impuesto garantiza una competitividad mínima del CSC y asegura su desarrollo? A juicio del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y con el objetivo de limitar el aumento global de las temperaturas en 2 ºC, sería necesario que el límite de contaminación atmosférica no excediera los 450 ppm (partes por millón). Esto se traduce por un tipo impositivo sobre el carbono de 40 dólares por tonelada de CO2 en 2015, alcanzando los 190 dólares por tonelada de CO2 en 2055 (fecha en que se haya alcanzado el umbral), lo que permitiría estimular en gran medida el desarrollo del CSC.

No obstante, es importante señalar que la captación solo es una solución provisional que permite retirar de la atmósfera las emisiones de carbono, a la vez que se obtiene una energía relativamente a bajo coste en relación con las energías renovables. De aquí a 2030, las políticas tendrán que establecer estrategias para conducir una transición sostenible hacia las energías limpias.

[1] Energía primaria: una fuente de energía primaria es toda forma de energía disponible en la naturaleza antes de ser convertida o transformada (gas natural, petróleo…).

[2] Impuesto sobre el carbono: oficialmente denominado Contribution Climat Energie (CCE) en Francia, el impuesto sobre el carbono es una tasa que se agrega al precio de venta de productos o servicios en función de la cantidad de gas de efecto invernadero emitido durante su uso, tales como el gas carbónico (CO2, dióxido de carbono). El impuesto está vigente desde enero de 2015 y asciende a 7 euros/tonelada de carbono. Se estableció este límite de concentración atmosférica de CO2 en base a los objetivos de reducción del aumento de las temperaturas que se deseen alcanzar (el ya conocido +2 ºC).

[su_note note_color=»#f8f8f8″]Por Gilles Lafforgue, y los artículos «Lutte contre le réchauffement climatique : quelle stratégie de séquestration du CO2?» (Lucha contra el calentamiento global: ¿cuál sería la mejor estrategia de almacenamiento de CO2?) publicado por TBSearch, «Optimal Carbon Capture and Storage Policies» (Políticas de captura y almacenamiento óptimo del carbono) (2013), publicado por Environmental Modelling and Assessment, escrito por Alain Ayong le Kama (EconomiX, Universidad de París Oeste Nanterre), Mouez Fodha (Escuela de Economía de París) y Gilles Lafforgue, y «Optimal Timing of CCS Policies with Heterogeneous Energy Consumption Sectors» (El momento óptimo para las políticas de CCS en los sectores heterogéneos de consumo de energía) (2014), publicado en el Environmental and Resource Economics, escrito por Jean-Pierre Amigues (TSE), Gilles Lafforgue y Michel Moreaux (TSE).[/su_note]

[su_box title=»Aplicación práctica» style=»soft» box_color=»#f8f8f8″ title_color=»#111111″]Los modelos macroeconómicos desarrollados permiten reflexionar sobre la manera en la que puede aplicarse el almacenamiento del CO2 para luchar eficazmente contra el calentamiento global, maximizando las ventajas de la explotación de energías fósiles. A nivel de emisión de CO2 que se debe reducir, las teorías generan una perspectiva pragmática, material suficiente para sugerir políticas públicas con vistas a animar a los industriales para que almacenen el CO2 en vez de pagar el impuesto sobre el carbono.[/su_box]

[su_spoiler title=»Metodología»] En el primer estudio, se elaboró un modelo dinámico de óptima gestión de recursos energéticos teniendo en cuenta las interacciones economía-clima. Se atribuyó un valor al carbono que dañaría la actividad económica.
En cuanto al segundo modelo, se adoptó un enfoque «coste-beneficio». Asumiendo como umbral máximo de emisiones a no superar (protocolo de Kioto), a partir del cual se determina el nivel de despliegue del CSC y se le atribuye un valor financiero al carbono.
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[su_pullquote align=»right»]Por Xavier Brusset[/su_pullquote]

La demanda de muchos productos está directa o indirectamente vinculada a las condiciones climáticas. A su vez, esto puede causar excesos de stocks o, al contrario, faltantes y pérdida de ventas. Aunque el conocimiento de esta relación causa-efecto viene de antaño, la manera de usarla y explotar los avatares meteorológicos es algo que sigue desconcertando a los que la gestionan.

En efecto, aunque podamos saber de antemano el número de camisetas o de cervezas que venderemos en verano, el cálculo del impacto de un día gris, un día fresco, en las ventas de esos productos es algo que cuesta evaluar. En Francia, el 80% de los sectores de actividad son “meteosensibles”, es decir condicionados por los cambios climáticos. Por ejemplo, el verano de 2010 fue un año catastrófico para la cosecha del trigo en Rusia, lo cual acarreó una brusca subida de los precios de los cereales. Este riesgo, no obstante, no se limita a fenómenos violentos. Así pues, salvo los sectores de la energía y la agricultura, en general las empresas no son todavía conscientes de su dependencia a la meteorología. De hecho, en términos de gestión, las ventas son sensibles a las desviaciones de la meteorología en relación con su media.

El interés tanto científico como para los gerentes consiste pues en explotar el vínculo entre ventas y las desviaciones entre la meteorología habitual y la real. Hay que evaluar pues el impacto de las anomalías climáticas sobre las ventas. De la misma manera que las regiones templadas del globo padecen variaciones cada vez mayores, las consecuencias sobre las ventas también son cada vez más fuertes. En Francia, la temperatura media en primavera oscila entre los 6°C y los 14°C. Según un estudio publicado por el European Journal of Operational Research en enero de 2015, un grado más en primavera supone un incremento del 3% en la venta de ropa para niños y del 2,5% en ropa en supermercados. En otoño, ocurre lo contrario: la subida de un grado provoca una caída del 3% en la venta de ropa para niños y del 2% en ropa en supermercados.

Ahora bien, no todas las categorías de productos reaccionan de la misma manera frente a la meteorología, como tampoco son sensibles a las mismas variables meteorológicas. ¡La evaluación del nivel de ventas no depende simplemente de la temperatura que marca el termómetro! Hay otra serie de factores que entran en juego, como el número de días festivos y las promociones. Así las cosas, un estudio sobre cremas solares que demuestra la existencia de una tasa de correlación del 83% entre las ventas y el número de días de sol, también constata que dicha tasa sube hasta el 92% cuando se tienen en cuenta el número de días festivos y las promociones. Para las ventas de algunos elementos de los motores diésel sensibles al frío, la variable explicativa preponderante es el número de días al mes durante los cuales el termómetro desciende por debajo de un determinado umbral. Además, hay que tomar en consideración los tiempos de respuesta entre ventas y fenómenos meteorológicos.

Incluso tras haber establecido el vínculo entre variable meteorológica y venta, su explotación por parte del gerente no es tarea fácil. En la medida en que los pronósticos meteorológicos a disposición de las empresas no son fiables más allá de los diez días, solo determinados sectores económicos capaces de ajustar sus condiciones de explotación durante ese plazo de tiempo reúnen las condiciones para explotar plenamente el citado vínculo.

Para los demás, hay que aplicar otras técnicas, dos de las cuales describiremos brevemente.

La primera técnica se sirve de datos meteorológicos no para hacer previsiones sino para explicar el pasado. Las ventas históricas, la mayoría de las cuales fueron sometidas a ajustes estacionales, también pueden corregirse en función de los efectos meteorológicos. El interés reside en poder trabajar sobre datos que reflejen estrictamente las consecuencias de la actividad humana: el lanzamiento de nuevos productos, el efecto de las campañas comerciales, la influencia de un mejor servicio posventa, un cambio de distribuidor, etc. Los analistas financieros podrían comprender mejor los comunicados emitidos por empresas sensibles a la meteorología ante datos corregidos o si dispusieran de los medios adecuados para corregir estos datos estadísticos por sí mismos.

La segunda técnica se sirve de la cobertura de riesgos. Del mismo modo que existen seguros que cubren ante eventualidades muy poco frecuentes aunque catastróficas, también cabe la posibilidad de protegerse ante una mala temporada. Tras haber identificado la variable meteorológica con mayor correlación con las ventas de un producto o servicio, se puede establecer la póliza de seguro adecuada. Si las variables observadas a posteriori alcanzan o superan el umbral predeterminado en la póliza del seguro, se activa el pago de una indemnización proporcional al rebasamiento de ese umbral. Tomemos como ejemplo una empresa que fabrica cremas de protección solar. Si el número de días de sol al término de la temporada es inferior a un umbral mínimo previsto en la póliza (y, por lo tanto, a priori las ventas han sido malas), se activa el pago de la indemnización proporcional a la falta de días de sol, que deberá cubrir el lucro cesante. Sería el caso aplicable a una fuerte correlación. El efecto de factores humanos (como la competencia o el número de días festivos) no se tiene en cuenta. En el caso favorable con muchos días de sol, el fabricante de cremas solares solo habra incurrido el gasto del importe de la prima del seguro.

El clima no es un riesgo nuevo para la actividad humana. Sin embargo, antes de poder establecer pólizas de seguros para las empresas, hacía falta elaborar bases de datos con series de variables meteorológicas históricas lo suficientemente largas. En el siglo XIX, solo fue posible establecer seguros de vida a partir del momento que existieron tablas actuariales[1] sobre la esperanza de vida. La competencia fuerte que limita los márgenes hasta límites insospechados vuelve imprescindible tener en cuenta el riesgo meteorologico de una manera sistemática. A pesar de la existencia de herramientas financieras y de gestión, son pocos los directivos que han implementado en sus empresas los procedimientos y las prácticas de gestión adecuadas. Más allá de la concienciación y el diagnóstico, tener en cuenta el riesgo meteorologico y su cobertura es algo que requiere nuevas prácticas de gestión. En las empresas pioneras, esto es ya una realidad. Por ejemplo, Bosch Francia no vacila en proponer a sus distribuidores suscribirse a una póliza contra el riesgo meteorológico. El fabricante propone descuentos sobre la cantidad total de bujías de precalentamiento para motores diésel pedidas si en invierno el frío no ha sido lo suficientemente intenso[2]. Estos descuentos se aplican sobre los pedidos pasados en primavera en función de las temperaturas constatadas el invierno precedente. De hecho, Bosch subvenciona el almacenamiento de la mercancía de los distribuidores: el riesgo de agotado en caso de un invierno riguroso se ve reducido. La participación de mercado de los distribuidores y de Bosch debería crecer en consecuencia precisamente en los inviernos rigurosos, cuando crecen las necesidades.

[1] Tablas que, para cada edad de un cliente potencial, muestran la esperanza de vida restante.

[2] Las bujías de precalentamiento para motores diésel suelen dejar de funcionar tras la exposición a un frío intenso durante varios días.

[su_note note_color=»#f8f8f8″]Por Xavier Brusset, issue de l’article J-L. Bertrand, X. Brusset, M. Fortin “Assessing and hedging the cost of unseasonal weather: the case of the apparel sector”, European Journal of Operational Research, vol. 244, n°1, pp261-276.[/su_note]