Mucha gente dice que cuando tienes que tomar una decisión, lo mejor es confiar en tus instintos o tu intuición, pero ¿es una buena idea en realidad? Normalmente nos referimos al instinto cuando queremos aludir a esa firme convicción, cuyo origen localizamos en nuestras vísceras – en el corazón en el mejor de los casos, pero también puede ser de una región incierta entre los intestinos y el hígado – que nos hace inclinarnos hacia una opción por sobre de otras. Una oferta de trabajo, un pretendiente, un destino de vacaciones, tener o no un hijo… entre muchas otras cosas, a menudo importantes. Pero hay varias razones por las cuales puede no ser buena idea fiarse de los instintos. Aquí unas cuantas.

Emociones

El concepto mismo del instinto lleva intrínseca una connotación afectiva: hay una carga emocional, la que nos hace inclinarnos por una opción determinada. Otra cosa es que el origen de la decisión sea un determinado estado emocional. ¡Claro que mi instinto me va a decir que es una buena idea enrollarse con el chico guapo y simpático que me mira y sonríe a las 3 de la mañana con una copa en la mano! Otra cosa es que tal decisión sea la mejor.

Del mismo modo, cuántas veces no optaremos por la opción conocida frente a otra que parece de mayor beneficio, pero que puede estar llena de riesgos, y nos diremos que nuestro instinto nos recomienda alejarnos de esa zona oscura, cuando lo único que pasa es que tenemos miedo y preferimos anclarnos en la zona de confort. Las emociones no hay que reprimirlas, estamos de acuerdo, y cualquiera que haya visto la película Inside Out sabe que tienen una importante función en nuestra adaptación al mundo. También estaremos de acuerdo que será difícil vivir una vida equilibrada si dejamos que las emociones nos guíen siempre.

Sesgos cognitivos

Soy fan de Daniel Kahneman, que obtuvo un premio Nobel en 2002 por el trabajo que había realizado sobre Teoría de la Perspectiva junto a Amos Tversky. Y más todavía desde que sacó el libro Pensar rápido, pensar despacio (2011), donde explica cómo a menudo nuestras decisiones se ven afectadas por sesgos cognitivos, esto es, atajos mentales que nos llevan a conclusiones ilógicas o basadas en información parcial.

Un ejemplo claro es el sesgo de confirmación, que hace que seamos más proclives a poner atención a la información acorde con nuestras ideas preconcebidas que a aquella que la refuta. Para dar un ejemplo de candente actualidad, si somos pro-independencia de Cataluña, estaremos más pendientes de los palos que da la policía nacional a los manifestantes pacíficos que de los obstáculos en las entradas a Barcelona el día de la manifestación constitucionalista del domingo 27 de octubre.

Muchas veces, cuando nos dejamos guiar por nuestra intuición o nuestros instintos, lo único que estamos haciendo es ceder a la tentación de dejarnos llevar por un sesgo, antes que recopilar la información necesaria para tomar una decisión racional. Por eso es que funciona la publicidad: antes que leernos la etiqueta de un zumo para determinar que está hecho a base de fruta, nuestra intuición nos hará inclinarnos por la marca de confianza, porque es la que nos resulta conocida, que está hecha de concentrado ¡y encima es más cara!

Influencia social

Nuestro antepasado Solomon Asch creó el experimento paradigmático de Psicología Social en que pedía a un grupo de personas, todos confabulados con él, decir qué línea de un grupo de cuatro tenía un tamaño similar a una de muestra. El sujeto experimental, el único no confabulado, tendía a mostrar conformidad con la opinión grupal, aunque fuera en contra de lo que le decían sus propios ojos. A esto le llamó conformidad y es la explicación de por qué, tan a menudo, nuestra intuición nos hará inclinarnos, en realidad, por la opción preferida por la mayoría, lo cual, no necesariamente quiere decir que sea la mejor opción.

Quizás el mecanismo explicativo sea también un sesgo cognitivo en plan “si la gente lo prefiere, será bueno”. De este modo, si todos tus amigos llevan pantalones pitillo, igual tu intuición te dice que a ti te conviene comprar unos, porque te verás estupendísimo (y dentro de 50 años te dará vergüenza mostrar tus fotos de juventud a tus nietos).

El ya mencionado Kahneman, en el mentado libro, dice que un tipo de intuición que vale es la del experto, aquel que ha tratado con muchos casos de un cierto tipo y ha tenido la oportunidad de ver si sus predicciones iniciales se cumplen o no. En este caso, una intuición puede ser una especie de procesamiento mental tan rápido que no alcanza a llegar a nuestra corteza frontal.

Pero considerando la dificultad de ser experto en una diversidad de temas, mi recomendación es que, antes de confiar en la intuición, uno se tome su tiempo para considerar las alternativas, con la mayor cantidad de información fiable disponible y hacer el esfuerzo mental que corresponda. Y si no hay información sobre la cual basar la decisión, pues entonces sí, adelante con el instinto.

Author: Gabriel Zúñiga, director de estudios de TBS Education en Barcelona.


Etiqueta: decisiones|emociones|información|intuición

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