Ya veo que hay un número de recursos tecnológicos interesantes para favorecer el aprendizaje de los alumnos. Personalmente soy fan de las herramientas de trabajo colaborativo como el Office Share Point, Trello y otros. Pero me ocurre que no encuentro pedagogías realmente innovadoras basadas en nuevas tecnologías y no solo sean hacer más eficientemente lo mismo que se ha hecho toda la vida. Y en las publicaciones científicas, aparte de las bondades de distintas herramientas para favorecer el engagement (no es poco) por el momento, tampoco encuentro respuestas.

Si uno pregunta a cualquier profesor universitario si aprovecha las nuevas tecnologías para realizar sus clases, lo más probable es que responda que sí, ufano por incluir webs entre sus referencias y usar vídeos para ilustrar algunos contenidos de su curso. No es para culparlos. Un profesor universitario, o tiene una gran presión institucional por investigar –i.e. por publicar–; o es un profesor asociado que tiene otra dedicación principal y no tiene tiempo, o debe correr de una universidad a otra y tampoco tiene tiempo para dedicar al gran trabajo que significa cambiar la estructura de sus clases sirviéndose de los recursos tecnológicos disponibles. Los arrojados a la innovación, son, por lo tanto, más bien pocos. No es raro. Cualquiera que haya preparado una clase en educación superior, sabe que es más fácil y menos arriesgado partir con una exposición, un PowerPoint más o menos molón y algunos ejercicios, que estructurar la clase para que los estudiantes tengan un rol más activo y aprendan lo mismo o más, de manera disfrutable. En gran parte, porque en el último caso, los resultados son impredecibles. Si no vienen los que deberían, o si vienen, pero no están preparados, igual la actividad no se puede hacer; o todo el mundo lo pasa bomba, pero no trata todos los temas que debe; o sí los trata, pero asume que sus propias ideas son la verdad, sin contrastar con lo que dice la investigación o la teoría; y otras tantas cosas que pasan en las clases de casos, Project based learning, etc.

Pero esta dificultad para romper con las clases universitarias tradicionales empezó mucho antes de la masificación de Internet y la proliferación de las telecomunicaciones móviles. La diferencia es que antes los flipped classrooms no se organizaban con microcápsulas de auto-aprendizaje, sino con capítulos de manuales, libros o artículos; y en el gamification (perdón por el anglicismo, pero la RAE no ha aceptado ludificación todavía), en lugar de usarse ordenadores, se usaban papeles, tesoros ocultos, gymkanas y otras antiguallas.

Muchos de los susodichos profesores, al ser consultados por el impacto de las nuevas tecnologías a nivel universitario, es probable que más bien se quejen de diversos impactos negativos, como la reducción de la capacidad de atención, la constante tentación del móvil, o, en el mejor de los casos, que los estudiantes lo discutan todo sin saber, porque apenas dices algo, no falta el que encuentra lo contrario en Wikipedia. Como gestor en educación superior, también hallo algunas cosas preocupantes. Por ejemplo, que hasta que no se invente un software efectivo para corregir redacciones, la facilidad con que las máquinas o Moodle ayudan a corregir preguntas de respuesta cerrada va a instalar el imperio de los exámenes tipo test. O peor, que de tanto privilegiar los recursos audiovisuales sobre los escritos, la profundidad de las reflexiones sufrirá el mismo destino que el Mar de Aral en estos tiempos de cambio climático, contaminación y sobrexplotación, con gente que no sabe al final, ni leer ni escribir a buen nivel. Si llevo estas fantasías tremebundas al extremo, el futuro se me aparece cada vez más como el descrito por Huxley en Un Mundo Feliz, con un montón de gente que encuentra las respuestas urgentes rápido, pero no se hace las preguntas que importan.

Luego está también la eficacia de los métodos convencionales, porque como una vez escuché decir sabiamente a Daniel Serra, actual decano de la BSM–UPF, «a veces lo mejor es simplemente una buena explicación». En la última discusión pedagógica en la que tuve la oportunidad de participar en TBS, los profesores comentaban que una de las experiencias más exitosas de los últimos tiempos había sido «enseñar desnudo», esto es, sin PowerPoint y sin ordenadores y que los estudiantes tomaran notas a mano. Los estudiantes mostraron alto grado de satisfacción con la asignatura y los resultados académicos fueron más altos que la media. «O sea» –coligió entonces una experimentada profesora– «que la revolución pedagógica ¿es volver a 30 años atrás?». Buena pregunta.

Elaborado por Gabriel Zúñiga, Director de Estudios de TBS Barcelona.

Este artículo ha sido originalmente publicado en el diario económico “El Economista” en su edición del 17 de enero del 2019.


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