Poco a poco vemos que algunas empresas incorporan ya nuevas propuestas como las semanas laborales de cuatro días y la digitalización de los puestos de trabajo. Ideas que se abren camino en países, los occidentales, que ven con una mezcla de miedo y expectación el impacto que pueden tener estas nuevas medidas. Hablar de estos dos replanteamientos laborales puede parecer, a primera vista, un debate naíf, teniendo en cuenta el grave problema de la precarización y desregulación del actual mercado laboral, pero no se trata, en absoluto, de un tema intranscendente.

Vivir para trabajar

La duración de las jornadas laborales es un debate cíclico. España fue el primer país en Europa, hace más de cien años (abril de 1919), que aprobó oficialmente la jornada de ocho horas diarias. La medida se decretó a raíz de las protestas de la empresa La canadiense, una central eléctrica ubicada en el Paralelo de Barcelona. Por el contrario, Francia hace unos 25 años dio luz verde a las 35 horas semanales, una medida que nadie se ha atrevido a tocar, aunque haya habido algunos intentos. Sin embargo, la realidad es muy distinta ya que los franceses trabajan una media de 38,9 horas semanales.

Proponer que la semana laboral dure cuatro días, en lugar de los cinco actuales no es algo totalmente nuevo. Pero sí que es algo que ya han empezado a probar con éxito algunas empresas en toda Europa. Se trata de trabajar menos tiempo sin perder sueldo, una medida que, en última instancia, puede contribuir a mejorar la productividad y a generar nuevos puestos de trabajo. Por ejemplo, esta fórmula ya ha conquistado a más de 20 grandes empresas españolas de distintos sectores, que aseguran haber aumentado su productividad. Algunas conocidas agencias de publicidad británicas también se han sumado a esta propuesta con resultados magníficos en cuanto a creatividad. No obstante, hay más variantes como en Bélgica, que no piensan reducir las 40 horas semanales, pero sí que admiten las jornadas laborales de 4 días, aunque trabajando 10 horas cada día.

Cada vez más directivos y empleados de diferentes sectores empresariales abalan la propuesta de trabajar 4 días y descansar 3 y, aunque puede parecer utópica, cuestiona, en última instancia, el papel central que ocupa el trabajo en la vida de cada uno de nosotros. Establecer 35 horas de trabajo semanal y reducir la jornada facilitaría redistribuir el trabajo de una forma más justa y ayudaría a mejorar la conciliación familiar. En definitiva, nos puede hacer potencialmente más felices y, en consecuencia, más productivos.

Se trata, por lo tanto, de claros beneficios para las organizaciones y para la sociedad: mejorar la productividad y reorganizar la ocupación para poder disfrutar de la vida. Sin embargo, muchas veces se habla de la productividad como un problema no resuelto. De hecho, está demostrado que las largas jornadas laborales provocan una disminución de la productividad, y que el 80% de la productividad se genera en el 20% del tiempo.  Si nos fijamos en las cifras, en España se trabaja 1.686 horas el año, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los franceses, 1.475 horas; los alemanes, 1.396; el Países Bajos, 1.413. La productividad por hora trabajada en la eurozona es de 75,9; la de España, de 68,5; y la de Alemania, de un 87,1.

Además, sobre el papel, una reducción horaria tendría un efecto directo sobre la brecha de género que actualmente existe también en el mercado laboral. Se cree que aplicando esta propuesta de jornadas más reducidas, las mujeres firmarían menos contratos a tiempo parcial. Sin embargo, más allá de eso, para que la brecha de género desaparezca y la desigualdad laboral dejen de existir, es necesario que las empresas integren en su ADN una serie de medidas como no contratar por género, ofrecer las mismas oportunidades a la hora de ascender o promocionar, implantar una cultura inclusiva, facilitar la conciliación y ofrecer igualdad salarial.

Aunque, poco a poco, más empresas se suman a la jornada de 4 días, también hay críticos que ven inviable y utópica esta propuesta. No todos los trabajos se pueden adaptar del mismo modo, en estos momentos, a esta reducción de jornada. Hoy por hoy, parece complicado que los emprendedores/as autónomos que tienen horarios maratonianos para lanzar su idea de negocio bajen el número de horas trabajadas o que las pymes de diferentes sectores puedan realizar el sacrificio inicial de reducir su horario sin tocar el sueldo. Estos son únicamente dos ejemplos, pero, bien es cierto, que muchos expertos señalan que para conseguir una buena experiencia de los empleados y una mayor motivación se pueden alcanzar de otra manera: teniendo más flexibilidad horaria, oportunidad de teletrabajar, salarios más justos, buenos beneficios y tener una cultura de empresa que encaje con el staff.

La digitalización del trabajo

Albert Einstein decía que él no pensaba nunca en el futuro porque siempre llegaba demasiado pronto. Y seguramente el padre de la teoría de la relatividad tenía razón. Sin embargo, esto no impide que busquemos descubrir la incógnita sobre cómo será el mundo laboral. Solo anticipándonos podemos tener conciencia de las ventajas e inconvenientes que están por venir.

En el ámbito del trabajo, son muchas las preguntas que se abren. Los retos que hay encima de la mesa son mayúsculos, incluso en las sociedades occidentales donde el trabajo ha dejado de ser garantía de bienestar social y donde las desigualdades se ensanchan. De incógnitas, hay muchas: ¿cómo garantizar trabajos de calidad y compatibles con el desarrollo pleno de la vida? ¿Cómo impactará la digitalización/automatización en los procesos de trabajo? ¿Qué mecanismos de representación laboral existirán en un futuro de creciente información? ¿Cómo se abordarán las continuas situaciones de inestabilidad laboral? Son algunas de las preguntas que nos inquietan.

La digitalización del trabajo (y la automatización) es un proceso que, paso a paso, se ha hecho más presente en el debate laboral. No es un tema nuevo, pero con las nuevas tecnologías y los nuevos avances, algunos analistas calculan que, en el mundo desarrollado, un tercio de todas las ocupaciones serán susceptibles de ser automatizadas en los próximos 25 años. Se cree que los primeros en perder su trabajo son los que ahora se desarrollan de forma manual, pero lo lógico es que todas aquellas de carácter administrativo que hasta ahora requieren la presencia y la pericia de una persona perderán paulatinamente su puesto de trabajo. Esto ya empieza a suceder en las administraciones públicas o en entidades bancarias.

No es nuevo pero sí es exponencial. La capacidad de las máquinas para reemplazar la habilidad humana avanza inexorablemente. Las intervenciones quirúrgicas realizadas por robots han dejado de ser ciencia ficción. En Japón, se invierten miles de millones de yenes cada año para diseñar máquinas capaces de atender a las personas mayores, a la vista del grave problema de envejecimiento que se dibuja en el horizonte. En el sector del automóvil, casi ninguna gran marca no dispone ya de un diseño de piloto de vehículo auto tripulado. En unos años, cuando estos vehículos se hayan popularizado, la batalla entre los taxistas y Uber o Cabify quedará para siempre en el retrovisor.

Todo ello nos llevará a nuevos modelos de demanda laboral. La digitalización y la automatización de los procesos está creando menos puestos de trabajo que no destruyen. Un ejemplo: Google, Facebook y Twitter facturan lo mismo hoy que Ford, Chrysler y General Motors en 1990, pero con una novena parte de sus trabajadores. Nos encontramos con un problema importante. Según los pronósticos de la OCDE, uno de cada seis puestos de trabajo de mediana calificación está en riesgo alto de automatización. Sin embargo, también se crearán de nuevos.

Estamos, pues, a las puertas de una nueva revolución que modificará el panorama laboral. Falta ver cuál es la profundidad del cambio. Debemos ser optimistas. El progreso de la humanidad, y, por extensión, de los modelos producción, han estado ligados a la mecanización. Y a cada nueva revolución ha habido un grupo de empresas que se han resistido al cambio y otras que se han adaptado a la nueva tecnología. Es decir, siempre lo nuevo se abre paso a lo viejo. Y es cíclico creer que el proceso de innovación que tiene lugar ahora en la economía de mercado y por la irrupción de nuevos replanteamientos laborales destruirá empresas y modelos de negocio que quedarán obsoletos y sobrepasados, pero a su vez, nuevos emprendedores con talento crearán nuevos negocios y nuevas oportunidades que se adaptarán al futuro.

Autor: Joan Margarit, analista en Marketing y Comunicación.


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